Seguramente, una cárcel es el último sitio al que cualquier personas querría ir durante su vida, sin embargo, estos entornos están creciendo como destino turístico por una serie de factores estudiados por profesores universitarios. Cárceles mediáticas como Alcaraz en San Francisco, Estados Unidos, representan la punta de lanza, pero hay otras que están recibiendo muchas visitas de público no condenado.
La película La Roca y antes La fuga de Alcatraz convirtió a San Francisco en un lugar de interés turístico por esta cárcel, lo que hizo que empezará a florecer el turismo carcelario que ahora está en auge. Pablo Díaz Pablo Díaz Luque, profesor del programa de Turismo de la Universitat Oberta de Catalunya (UOC), describe esta actividad como «una especie de variante del dark tourism (turismo oscuro), por la vertiente tétrica que supone visitar antiguos centros penitenciarios con cierta historia, donde, en definitiva, se privaba de libertad».
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El atractivo turístico de las cárceles
Según el experto, «estas visitas están ‘reivindicando el valor’ de cárceles que dejan de ser usadas como tales por obsoletas, pero que —o bien por sus emplazamientos, su arquitectura o su historia, o por todos esos factores a la vez— reúnen el atractivo suficiente para ser visitadas y ‘vividas'». «Hay un crecimiento de este turismo, como muchas otras prácticas turísticas originales, pues supone una vivencia y el conocimiento de una parte de la historia de una ciudad, región o país», añade.
Lo cierto es que los números son los que son, y este auge al que hace referencia Díaz Luque está claramente reflejado en las cifras que ofrecen cárceles como la barcelonesa, que en los últimos meses ha experimentado un repunte de visitas excepcional que confirma el éxito de esta actividad de ocio. De hecho, desde que abrió sus puertas al público en 2018, un año después de su cierre (o apertura, según se mire), la han visitado más de 154.000 personas.
Una entrada a la historia, las rejas y el sufrimiento
A la luz de la cantidad de visitas registradas, parece evidente que la idea de descubrir los entresijos de un centro penitenciario ha resultado, cuanto menos, acertada. Ahora bien, ese éxito no radica en su originalidad. Al menos, no del todo, ya que podemos encontrar un posible precedente en el turismo del Holocausto. La motivación que explica las visitas a los centros de exterminio nazis guarda ciertas similitudes con la de las cárceles. Sin embargo, también existen matices importantes que señala Díaz Luque y que distancian ambos conceptos. «En los centros nazis se detenía y asesinaba a sus ocupantes de forma sistemática. Esto no pasa en las cárceles, aunque también hayan sido escenario de torturas y muertes, o lugares de fugas míticas. Todos ellos son factores que sirven para dar contenido y narrativa a las visitas», afirma el experto.
Por su parte, José R. Ubieto, psicoanalista y profesor de los Estudios de Psicología de la UOC, ve en las visitas a centros como Auschwitz o Mauthausen un modo de rendir homenaje a las víctimas, de hacer una excursión cultural o de satisfacer el morbo de ver de cerca el horror que supuso para sus víctimas. De esta forma, también en opinión del psicoanalista, el turismo carcelario puede tener ciertas similitudes con el del Holocausto.
Curiosidad, cultura, morbo…
¿Cuál es la «zanahoria» que persiguen los visitantes de las cárceles? ¿Qué motivos aducen para estar interesados en conocer de primera mano estos lugares? ¿Les mueve el morbo? ¿La empatía? ¿La búsqueda de conocimiento? Lo cierto es que las razones pueden ser muy variadas. En este sentido, el profesor Díaz Luque las clasifica en tres tipos. «En primer lugar, razones morales, que son las que se dan cuando el público que visita estos centros quiere conocer las condiciones en las que vivían los presos históricos encarcelados por motivos injustos de otras épocas. La mayoría de los turistas quieren aprender un poco de historia con la visita». En segundo lugar, se encuentran «los visitantes con fascinación o curiosidad morbosa por escenarios de sufrimiento humano«. Finalmente, Díaz Luque destaca «aquellos que van por simple moda o interés por compartir esta experiencia, que ciertamente puede ser impactante, en las redes sociales (una foto desde los barrotes de una celda, por ejemplo)».
Por su parte, Ubieto considera que «para la inmensa mayoría se trata de gozar del sesgo morboso: interés por todo aquello que supone algo patológico o violento». «Para unos pocos, puede alimentar un delirio patológico preexistente (personas psicopáticas que visitan estos espacios como santuarios de sus fantasmas)», añade.
El orgullo de decir «yo estuve allí»
Al morbo, al aprendizaje o a la simple curiosidad, se suman otros motivos vinculados al tipo de sociedad en que vivimos, en la que el uso de las redes sociales es una práctica mayoritaria. En este sentido, Ubieto ve en este tipo de turismo «un claro afán de mostrar que uno no se pierde nada de interés y que puede afirmar ‘¡yo estuve allí!’, puesto que todas estas visitas se fotografían y se viralizan después». De hecho, «muchas de estas cárceles ya son virales en películas que sirven de guía. Y, como toda transgresión, rápidamente son recicladas por la voracidad capitalista, que hace de ellas un objeto de consumo, en infinidad de formas», apostilla.
Más allá de esa publicidad en redes, el psicoanalista cree que este tipo de turismo podría ser algo positivo, «siempre y cuando la visita sea guiada o comentada y se refiera al hecho histórico que supuso esa institución: historia, condiciones sociales, reivindicaciones, etc.». «Esos datos pueden servir para reflexionar sobre aspectos del internamiento (injusticias, desigualdades) y de las personas allí alojadas (tipología, penalidades…). Ahora bien, una visita sin ese comentario banalizaría el mismo hecho histórico», señala.
Precisamente, esa banalización a la que hace referencia Ubieto también es uno de los riesgos que el profesor Díaz Luque encuentra en esta opción turística. Ahora bien, ese es el único punto débil que destaca, puesto que, por lo demás, opina que «la idea no es mala, ya que supone, en algunos casos, rescatar un patrimonio arquitectónico que, de otra manera, sería derruido». «Además, ciertamente, las cárceles son parte de la historia de los países y ciudades donde se localizan, y conservarlas significa recordarlas y evitar que se repitan los errores que se pudieron dar en ellas», añade.
Un mismo lugar, experiencias diferentes
En general, si se analiza la clase de turista que se interesa por esta novedosa opción, se puede concluir que nos encontramos ante un público muy variado. Y es que, tal y como detalla Díaz Luque, «no se trata solo de turistas, ya que muchos de los usuarios son parte de la población local que quiere conocer las características y la historia de estos centros, e incluso hay algunos visitantes con cierto interés por experimentar, en carne propia, cómo debe ser estar encerrado en celdas históricas como la de Nelson Mandela, por ejemplo». El perfil, por tanto, «va desde curiosos de la historia hasta cierto público con morbo de conocimiento de los escenarios oscuros de la historia, pasando por simples curiosos con tiempo libre», concluye. Es más, en función de «la orientación comercial del centro penitenciario, habrá un tipo de público u otro; podrá ser generalista en unos casos, o pensado para públicos determinados, como historiadores, en otros», matiza Díaz Luque.
El psicoanalista Ubieto, autor del libro ¿Bienvenido metaverso? Presencia, cuerpo y avatares en la era digital, junto con Liliana Arroyo, va más allá: «de la misma manera que hoy ya se ofrecen —e irá en aumento— visitas virtuales en el metaverso para familiares de presos y visitas a monumentos históricos —añadiendo la inmersividad (3D)—, pronto se añadirán las visitas virtuales a cárceles como una atracción turística, donde la reflexión probablemente quedará en un segundo plano en beneficio del entretenimiento», vaticina.
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